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Relato enviado por J. G. el 11 de Agosto

Son las diez de la mañana de un sábado. Mis padres no están en casa y tengo sobre mi cabeza el "abanderado" de Daniel, recordando ese tipo de cosas que los moralistas definen como pecado antinatura.

La prospección aventurada de la estrecha vía, despierta en el sodomita las sensaciones justas para que su deseo se vea suficientemente colmado por las gracias placenteras que sólo un estrecho orificio como el mío es capaz de dar.

Y para ello, nada como mi talante fetichista, para lograr en su extremo esos impulsos, esas minidescargas eléctricas que hacen de una polla extraña el huésped más habitual.

La ropa interior masculina me encanta. Imagino, cuando me roza la cara esas porciones de CARNE embravecida, emanando por los poros de la piel el aroma excitante de un deseo oculto.

El deseo penetrante de unos ojos azules, de una calidad prístina como la del diamante; pero sucios en su esencia...

Esa suciedad es la que me incita a ponerme los calzoncillos de mi amante sobre la cabeza, en la cara. La esencia misma del vicio.

Siento la mirada azulada de Daniel, clavada en mi nuca, como dos estacas en el corazón del diablo. Sus ojos son dos ventanas serenas e hipnóticas como la mirada dulce y traidora de la cobra, que me envenena las entrañas a cada movimiento, meditado, de cadera.

Inhalo los olores de la tela bicolor de su "abanderado" mientras él me mata, me asesina de acuerdo a mi voluntad.

El y yo somos el ejemplo vivo de un deseo. No nos importa. Nos matamos casi todas las noches. Nos ofrecemos en sacrificio el uno al otro.

Mi cuerpo es el altar y el suyo, la ofrenda. Soy consciente de que a Daniel le entusiasma mi particular modo con que lo recibo dentro de mí; y sé también que disimula como si no le afectara el hecho de que me cubra el rostro con su ropa interior.

Consiento su hipocresía porque sé que forma parte de su modus operandi cuando se aparea con una hembra.

Me magrea los pechos, talla pomelo, hasta hacerme daño. Me pellizca los pezones, duros como huesos de cereza, combinando sabiamente el dolor que recibo en el pecho con el que me inflige en el culo.

Daniel es mi amante más querido a pesar de tener la picante manía de follarme cada vez que viene a mi cuarto, per angostam viam. Los latinismos me encantan, me excitan tanto que me recuerdan a los cientos de actos amorosos de la innombrable, ninfomaníaca, Valeria Mesalina.

Con dieciséis años ya prometía, cuando se casó con el emperador Claudio, ser la más puta de Roma. Y yo, con un año más, no me considero, sino que soy la más emputecida criatura de este agujero infecto que es la ciudad donde vivo.

¡Aaaaaagggg!... la incandescente polla de Daniel penetra en mi cálido ano como un hierro de marcar reses al rojo vivo en la manteca. ¡Ah! sus cojones golpean mis dos nalguitas nacaradas, y los pelos azabachados y duros como el hilo de suturar arañan la piel tersa de mi culo.

Hundo los codos contra el colchón, afianzando la postura a lo perrita en que me encuentro para que el valeroso héroe de Sodoma derribe victoriosamente, sin ninguna resistencia, los rígidos muros de esa fortaleza cenagosa.

Cenagosa, pero repleta de tesoros tanto o más codiciados que los que se rinden en nombre de lo más sagrado, venerado y ampliamente difundido culto al coño.

Quiero a este hombre por su especialidad en activismo sodomítico. Quiero a Daniel por su estricta seriedad a la hora de follar a una niña bien como yo. Y quiero a este precursor del incomprendido y repudiado marqués de Sade por su respeto hacia mi persona; nunca me hace sangrar más de lo necesario.

He empapado su calzoncillo con saliva y sudor. Sus dedos me agujerean la carne. De mi coño fluyen gotas de pura tristanolamina, lloviendo finamente encima de la sábana... Lloro de placer.

El jadea y resuella y expulsa su ardiente aliento en mi espalda. Me la lame. Me ahogo. Lágrimas, sudor, y saliva. Supongo, ya sabes lo que es dejarse embargar por el éxtasis, que conoces el satisfactorio impulso de una dama: el apretón, la contención, y el desahogo pleno de todas sus expresiones placebas.

Follar es tan necesario y gustoso como cagar. Y su polla me penetra sin piedad; no descansa ni un segundo

Cuando está a punto de agraciarme con el producto de la pasión, me echa mano al coño y me mete dentro alguno de sus dedos. La operación le resulta fácil debido a mi estado de excitación.

Empapado de gusto, clava las puntas de los dedos en él hasta la matriz. Sólo me trabaja el coño con ellos; y es cuando sabe que se va a correr en mis intestinos.

Se acuerda de sofocar el fuego intrauterino al ver seguro el desenlace... Me da igual. Adoro a Daniel y a sus dedos largos y a su polla penetrante y a sus ojos azules y a su ropa interior que huele tan bien.

Gozo con el delirio del enculamiento y separo aún más las piernas para propiciar las idas y venidas del miembro. Siento la cabeza de su potente estaca desgarrándome las entrañas; y percibo un ligerillo escozor en el ojo del culo que sin duda ha RASGADO.

El flujo cálido de la sangre discurre lento por mis nalgas y me hace sentirme feliz; entonces, aprieto con vehemencia el anillo carnoso, el anillo de cobre teñido de rojo y púrpura, y precipito en el torbellino del paroxismo a mi amante de turno.

¡Aaahh!... ¡Qué goce supremo me procura la inyección de esperma en el culo! Es el presente más caro que el sodomita dispensa al culo objeto de sus atenciones.

Y Daniel me golpea el trasero con su cadera violentamente, agarrándome por los pelos del montecillo, resoplando como un toro bravo y restregando su cara sin afeitar contra los omóplatos.

Yo, me esfuerzo por no caer de la cama aferrándome a ella clavando las uñas en la sábana. ¡Qué locura! Se ha corrido.

Ha anegado mis tripas con su cálido almíbar. Todavía sigo con su calzoncillo verdiblanco en la cabeza. ¡Jajaja! ¡Esta noche soy una fetisodomita jajaja!

Uhmmm... ... me relamo de gusto al sentir el estremecimiento de la polla ablandándose leeeentamente...

Lo que más me gusta de este hombre es esa fina manera de tratarme; más parecida a la de un gentleman que a la de un bujarrón casado que engaña a su mujer con la hija de su mejor amiga.

Mientras saboreo cabizbaja, con la cabeza apoyada en la cama, el final de esta aventura romántica y Daniel reposa con cuidado encima de mi espalda, recuerdo con una sonrisa oculta el día que lo conocí en profundidad...

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