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EULOGIO
Relato enviado por Eupalinos el 30 de Julio
Sin
ser las Tres Gracias, las antropólogas todavía la rifaban en los coloquios.
Estirando el exiguo presupuesto, el comité organizador las alojó en el
hotel recién remodelado de Huajuapan de León.
Después de los encuentros de Boston y Frankfurt, donde la solemnidad académica
se iba sola a la cama a las diez de la noche, Oaxaca parecía una promesa
de aventuras.
Ya se vería de qué ponencias se trataba. Las atendían de maravilla: parrillada
típica, bebida, y las canciones que cantaba Eulogio, magnífico ejemplar
mestizo que alborotaba la hormona de todas las congresistas.
Era alto y de sonrisa amorosa. Su calidez contrastaba con cierta reticencia
indígena. Parecía capaz de desvestir a una mujer como si desgranara una
mazorca.
A María le recordó al dueño de un café de chinos pelando a la perfección
con su cuchillo una piña, celda por celda, hasta dejarla en carne viva
.
Delia, doctora en lingüística comparada, se lució en la comida campestre
recordando la famosa leyenda de Ocho Venado, mítico gobernante de la Mixteca,
mientras se acomodaba la falda corta sobre las piernas cruzadas.
Así llamaba la atención hacia su cuerpo bien formado, que contradecía
la gravedad de los lentes y el rostro sin pintura enmarcado por las canas.
Intelecto y lujuria, una mezcla explosiva. Sensible a la competencia,
a Amanda le dio por cantar Dios nunca muere a dúo con Eulogio, dejando
a un lado las sofisticaciones de su especialidad en etnomúsica.
Se sabía una cuarentona apetecible, gracias a los masajes y cosméticos
bien administrados, de los que nunca hablaba con sus colegas del instituto.
Fina estampa, sus senos estaban a la altura del escote.
María, la romántica, se levantaba de cuando en cuando a recorrer el círculo
bohemio ofreciendo dulces típicos que a nadie se le antojaban después
de tanto mezcal.
Al pasar junto a Eulogio le pedía entre suspiros algún bolero clásico
como Página blanca y aprovechaba para acariciar sus hombros. María no
era fea si uno la imaginaba con diez kilos más y un peinado menos rígido.
Lo que no le fallaba era llenar la copa del macho consentido. De regreso
las tres montaron en la camioneta del INAH que manejaba el galán.
Al cruzar el camino boscoso Eulogio seguía seduciéndolas en complicidad
con Álvaro Carrillo: Yo que fui del amor ave de paso, yo que fui mariposa
de mil flores.
A María, que se había sentado junto a él se le salían las lágrimas. Al
notar cómo se derretía por Eulogio, Delia salió al quite preguntando sobre
hierbas medicinales de la región, y recibió una cátedra sobre botánica
mixteca.
Amanda
insistía con grabar los cantos que se entonan en las fiestas religiosas.
Las tres se miraron sorprendidas, cuando el bien dotado descubrimiento
autóctono comenzó a entonar canciones y rezos de memoria .
Al
llegar al hotel estaban demasiado excitadas; Eulogio a cada una le daba
en su mero mole. Ni cortas ni perezosas lo condujeron a los cuartos dizque
para que les hiciera una limpia, porque, además de cantante y maestro
de educación física, Eulogio no ocultaba sus dotes de chamán.
Todo
fue cerrar la puerta y desvestirlo entre las tres, avorazándose a jalones
para besarlo. La primera en quedar como Eva en el paraíso fue Amanda,
la más caliente. Delia, a medio desvestir, se dispuso a masturbarse, excitada
por el macho acosado y por el cuerpo moreno y maduro de Amanda que se
le revelaba en aquel momento.
María,
sin desnudarse, se trenzó con Eulogio en un beso apasionado. Las otras
dos luchaban por desvestirla y compartir el agasajo.
Por
fin, Delia transigió: "Déjalo que se acueste primero con María, que también
mirando se goza", pero Amanda insistía tratando de meterse entre los cuerpos
trabados. "Ayúdame y no te quedes allí parada, que esta moscamuerta no
se va a salir con la suya", vociferaba.
Delia
se frotaba el sexo como poseída. "Tú y yo somos el plato fuerte", le decía
a su amiga, que transformaba en furia su deseo. Ambas seguían luchando
por zafar a María que, aferrada a Eulogio, comenzó a soltar patadas a
diestra y siniestra.
Con
el pretexto de calmar las cosas Delia tocaba como al descuido los pechos
turgentes de Amanda, que le volteó una bofetada. Con un fuerte empellón
el macho se salió del juego y las tres hembras fueron a dar al piso entre
mordidas y tirones de pelo.
Jadeante
y asustado, él se vistió y fue a avisar a los organizadores que las congresistas
se sentían mal; tal vez les hizo daño la comida, dijo con una sonrisa
maliciosa. Había que posponer sus ponencias para otra fecha.
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